martes, 23 de abril de 2013

Perdónenme este regocijo, este vértigo de raíces húmedas, los vientos que me mecen, que me golpean feroces en la alegría y el dulzor de mis frutos; perdónenme mis pecados infinitos y mi falta de remordimiento, mis cantos de loco mis danzas verdes; perdónenme la dicha que brota del barrizal, los barrales y las tabernas, mis tan buenos amigos; perdónenme mi paso firme, mi firme ideal, el que me ría en el desastre y el que me entusiasme en la guerra, mi constante dejar de lado y dejar atrás; perdónenme mi sufrimiento ingenuo, el nacer a mi antojo, la marca de Caín y mi tan bella patria, la suerte en el juego y tanto goce en el amor; perdónenme esta vida y las otras tantas, esta mente y las otras tantas, esta alma y las otras tantas... O no me perdonen, no me den nada, perquítenme de esta copa llena, de este árbol repleto, tiren de mis ramas beban de mi savia, íntegro estoy para ser destrozado, álgido para los solitarios; ígneo para los gregarios; perquítenme de esta algazara, mojen mi simiente en el rocío nocturno, allá donde su anhelo colme los valles y las pampas, desafíen esta euforia guerrera, per-dónenme la trascendencia. Andrés Anderes.

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