martes, 16 de agosto de 2011

Días nefastos han infundido en mí de nuevo el espíritu que rondaba por los oscuros bosques buscando el árbol que se dejara clavar en sus manos y en sus piernas.

Solo una noche ha pasado, ocho restantes, mil albores y mil ocasos aun quedan
desparramados en concéntricos espirales, solo una noche negra que creyera nada pudo ver, veinte años, una noche, que creyera nada tenía que aprehender.
Por el decir de los muertos nada supe y los vivos durmientes marchaban ya lejos, tan lejos. Preñada iba la luna de roja semilla, de negros soles, riendo con el cáliz colmado de hydromiel, y yo ya no tenía ojos, solo sangre en las cuencas, manos de goteras tibias, frías, congeladas en clamidos y espinas en los pies.
Negros, negros eran los bosques y todo lo daba por los signos y los nombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario