martes, 16 de agosto de 2011

La relación en que el uno entra en los ojos del otro recorriendo la falsedad en todo cuanto tierna e inocente esta es, recorriendo aquel húmedo y cálido lugar del otro guardandose el asco quizas donde, queriendose alejar el uno lo más lejos y a la vez reconociendo que no hay en el otro nada que no haya en el uno, llámase batalla amorosa.

La entrega del otro como aquel que se deja rasurar en lo íntimo, la invitación en el abrazo carente en absoluto de palabras, carente de intención explícita, sincera, amable, en la que el otro entierra al uno en su sincera falsedad para revelarle el instante eterno (en el mismo sentido en que se entierra un pene en una vagina con himen), llámase entrega del maestro al discípulo.

El tránsito del uno al vientre del otro, la mirada al interior que es común a ambos, el rechazo, el llanto, el abandono de la razón, el revolcarse, el abandonarse como el que rasura lo íntimo del otro, es decir, la entrega del discípulo al maestro, llámase parto.

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